[…Hacia finales de la estadía en Israel cruzamos el desierto. A ningún miembro del grupo se le permitió bajar del vehículo acondicionado, excepto a Ahim y a mí. El calor abrasador a orillas de Mar Muerto era de casi 50 grados. El aire en la cara quemaba como un horno. Se me taponaron los oídos, y corrí hacia el agua para no quemarme los pies. El verde claro del agua, casi lechosa, tenía al menos unos increíbles 37 grados. Caminé dentro de las pesadas aguas unos trescientos metros y cuando me llegó al pecho traté de nadar inútilmente. Flotaba como plástico en una piscina. El peso del agua salada era tremendo, y producía una sensación extraordinaria.
De allí a Qumrám, a las once grutas donde se encontraron los Manuscritos del Mar Muerto (o Rollos de Qumrám), la colección de casi ochocientos textos en hebreo y arameo donde se relata el nacimiento de Cristo. Fueron realizados por los esenios y estaban escondidos en vasijas en el desierto. Antes de partir para Egipto, viví una semana en un Kibutz del Sinaí, deseosa de experimentar la comunidad israelita socialista. Me resultó enriquecedor. La última noche Ahim y yo miramos el brillo de las bombas que estallaban en la frontera. Estaban en guerra ¡siempre en guerra! Qué trágico observar desde tan cerca ese conflicto y sentir no se podía hacer nada en contra de ese fanatismo. “Hay que actuar, no podemos sólo mirar”, le dije a Ahim. Los palestinos habían perdido sus tierras por la partición de Israel realizada setenta años antes, pero ellos llevan siglos agrediendo y destruyendo. La guerra santa, inventada para que los jóvenes puros dieran la vida por la religión, ha causado miles de muertes, como por ejemplo la destrucción de las Torres Gemelas de Nueva York.
¡Como si Dios nos hubiese puesto en el planeta para matar! En su nombre cometemos todo tipo de crímenes. Nos falta espiritualidad. Tenemos que sentir más la vida en el corazón y no tanto en la cabeza. Solo a través de la espiritualidad podremos avanzar. La espiritualidad crea mayor responsabilidad, mayor sentimiento de pertenencia, compasión y deseo de cuidar a todos. El espíritu, que mantiene la vida, rompe las diferencias entre grupos sociales, creencias, religiones y nacionalidades. El espíritu te hace consciente de que la vida está presente en todas partes. Únicamente elevando la conciencia, podremos eliminar guerras y restaurar los valores humanos en el mundo actual…]
Fragmento extraído del libro "Del gin&tonic a la meditación y respiración"